martes, diciembre 24, 2013

Dios está en una cámara fotográfica

Las personan piensan que vivo en el cielo y soy un anciano barbudo. Nada me parece más ridículo que pensar que yo soy como ustedes. La verdad es que nunca hubiera podido imaginar eso. Es decir, si a mí alguien me hubiera preguntado qué concepción quisiera que mis humanitos tuvieran de mí en unos miles de años, yo hubiera dicho muchas cosas -despúes de mucho pensarlo- pero nada se hubiera comparado con eso. Definitivamente, debo felicitarlos por la concepción que tienen de mí. Yo sé perfectamente lo que pasa. Les dejé muy pocas pistas de mí. Con cinco vetas de conocimiento, ¿cómo iban a poder saber que soy sólo lo que está en las cámaras fotográficas? 
Claro que vengo del futuro. Claro que por eso sonríen. Me encanta mirar las caras de imbéciles que ponen. No saben cuánto me hacen reir. La verdad es que esperé ansioso 3000 años para que pudieran llegar inventarme una ventana. Yo no podía verles. Tampoco me interesaba mucho, pero pues, naturalmente, uno a veces tiene hijos y decide que hay que mirar lo que hacen, aunque no se involucre o ni les hable, pero se siente esa curiosidad por acecharlo en el parque, o mirar si ya batea mejor. Luego hay que marcharse, no saludar a nadie e irse del lugar sabiendo "no ha mejorado; será un idiota" o "aún le teme a la resbaladilla". Así hay que hacerlo con los hijos porque luego se vuelven una molestia. Lo mismo con ustedes, yo quería verlos correr en el parque y cada vez que intentaba no podía porque cuando ya esperaba que tuvieran la cámara fotográfica me enteraba por las noticias de que apenas tenían la máquina de vapor o la luz eléctrica y el telégrafo. Yo me moría de vergüenza, -imagínate mi muerte, pesada y luminosa, marcando una franja tiesa del universo-. 
Un día inventaron la cámara fotográfica y yo estuve en primera fila para ver todo lo que ya me tenían. Tanto que había imaginado y sólo le toman foto a una montaña. La primera que inventaron fue la peor de las ventanas que he visto. Pero ustedes siempre me decepcionaron tanto que cuando eso pasó sólo tuve que sonreír a los amigos y les dije que pues estaban jovencitos, que no tenían mucho de dónde hacer un buen trabajo. Todos nos echamos a reír y vimos por otra cámara. Y así estuvimos viendo muchas cosas y tomando ron barato. Montañas, ríos, nubes. Pero esas cosas yo ya las conocía. Nada me emocionaba tanto como verlos a ustedes. 
Cuando comencé a verles fue lo mejor que me sucedió ese día. Empezaron a ponerse frente a las ventanas. Estaban todos muertos. Por cualquier ventana que me decidiera asomar siempre los encontraba muertos: la piel pálida, los ojos cerrados, algunos hasta en sus féretros. Yo pensaba, alegre, que los que activaban las cámaras eran los últimos que quedaban de ustedes. Luego pude darme cuenta de que todo estaba yendo al revés de mis planes. 
Con todo lo que se esperaba de ustedes, mejoraron la calidad de las ventanas y mejoraron la calidad de su idiotez y mejoraron mi vergüenza. Cada vez me resultaba más difícil mantener a mis amigos riendo cuando lo que ustedes hacían no era lo más esperado. Debo decirles que ustedes siempre me han dejado en una línea de vergüenza. Por eso les digo que con los hijos no hay que involucrarse. Suficiente con traerlos y verificar que sean unos idiotas. 
Pues llamé a mis amigos para mostrarles cómo por fin se estaban muriendo todos ustedes. Para cuando ellos empezaron a asomarse por las ventanitas, ustedes ya se reunían en fechas importantes -y esto lo digo con tono de mofa- y sostenían armas y todos eran circunspectos, algunos sostenían armas o sus utensilios de cocina. Ya no recuerdo cuántas explicaciones tuve que dar cuando mis amigos dijeron que ustedes no se estaban muriendo, que los humanitos no se estaban acabando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario