miércoles, noviembre 21, 2012

chamaco



Tiene alguna oquedad perdida en sus ojos, un precipicio equívoco hay en ellos, como la mirada de un gato viejo. Con su pantalón rojo de tergal corriente, su camisa blanca particularmente limpia después de la escuela, con sus manos siempre bien empuñadas o guarecidas –al menos una- en sus bolsillos, se asoma con su piel blanca, tan común que me causa prurito y me pie algo:
Una monografía del pie descalzo de Antonio López de Santa Ana.
Una monografía del poblamiento de América
Una monografía del sistema nervioso simpático y sus neurotransmisores, ¿cuánto cuesta?
Ese gato, ¿lo vende?
Una monografía de la propulsión a chorro del centímetro
¿Tiene monografías de plantas medicinales y sus derivados farmacéuticos?
¿tiene monografías de la post-guerra en Europa?
Una monografía de las lentes de los microscopios, por favor. Si tiene de los electrónicos, mejor.
¿tiene monografías de la disección de las momias?
Quiero una monografía de la prisa y el conejo de Alicia
¿Tiene monografías de sus ojos estupefactos? Es que se ven impresionantes todos los días, señor.
Y a veces se va sin esperar la respuesta. Sólo entra a mirarme, a perturbarme el día y se va caminando, como si fuera lo más normal para tener más dedos que años vividos.

lunes, noviembre 19, 2012

Muerte sin fin

A José Gorostiza.


Nadie fue a mi sepelio, ni yo; pero fue porque un día leí un cuento de Bolaño y se me ocurrió morirme. No por lo malo sino por lo bueno que me pareció estar muerto o ser asesinado. Muchos días estuve buscando la manera de morirme; bueno, no sé si fueron días o meses, pero diré que días porque en los meses hay muchos días. Lo primero que hice fue dejar mi trabajo porque si iban a terminar mis días en el masacá no necesitaría muchas cosas, así que no le avisé a nadie y sólo dejé de asistir. Tiré el celular al agua del retrete después de avisarle a mis seguidores del tuíter que me retiraba por vacaciones. Ya con el dinero para un tiempo limitado me decidí a gastarlo con fines recreativos y en situaciones que me permitieran estar más cerca de la muerte; ya viéndola de cerca podría tomarla del brazo e irme con ella sin que se diera cuenta. Lo primero que hice fue irme a beber, con dos putas, tequila caro y ginebra barato. Esperaba que mis acompañantes tuvieran VIH o alguna infección con siglas extrañas, que a veces son las más letales, pero no pasó, eran bastante conservadoras, nada de sexo anal ni caricias en las orejas. Lo único que me dieron estas chicas fue una resaca impresionante en el pene y un dolor de cabeza que me dieron más motivos de apurar el paso a la muerte.
Si iba a morir de sobredosis necesitaba drogas más duras; probé la heroína, pero sólo me sentí más cerca de la vida y lleno de felicidad. Entonces la dejé; era más probable parir por la heroína o volver a nacer por la heroína, pero morir por ella, no, lo dudo.
Terminé con mi dinero, que naturalmente no era mucho, y entonces supe que moriría de hambre, que sólo era cuestión de esperar. También decidí eso porque era yo bastante cobarde como ponerme una bala en la cabeza o cortarme las venas. Esas cosas se ven todos los días, y como yo siempre llevaba una nota en la que escribí "A Roberto Bolaño", no quería que un suicidio tan insípido fuera dedicado a alguien como él.
El hambre y la sed fueron muy duras, así que me acicalé donde pude y conseguí un trabajo porque sabía que sin trabajo tampoco iba a morir. No me fue difícil encontrar un oficio de esos creados ex-profeso para mis fines: para morir de hambre. Ahora sí, con la ocupación correcta yo ya iba camino a la muerte y me sentía más tranquilo, mi única fuente de estrés era pensar que sólo tenía los turnos vespertino y nocturno para morirme.
Me metía en problemas intensionadamente, pero ninguna agresión fue más allá de un par de heridas y la virginidad del culo, que tan celosamente guardaba, la perdí.
Al final, ya comenzaba a sospechar de mi inmortalidad y los pensamientos sobre regresar a mi antiguo modus vivendi rondaban mi cabeza de nuevo. Un perro enviado por dios me encontró un día en un parque y me mordió. No fue la gran cosa, pero perecí tiempo después en un hospital después de tres días de escupir espuma, convulsiones e hidrofobia. Dejé de respirar y con absoluta consciencia todo se fue oscureciendo. Luego estaba mirando al médico de espaldas que limpió mi cara y certificó mi muerte.
Mis piernas me parecieron muy flacas y peludas y apenas se hubo marchado el médico me puse a rasurar mis piernas bastante confundida, luego me fui sabiendo que la muerte casi ni existe.