lunes, julio 23, 2012

Ciudad de México


México es una estaca
ataviada con carpas, telas y renglones
 con sus potentes hilos de cuero
las bitácoras se vuelven mariposas
y sus aleteos
los de México
caen en vientres abandonados
como caen las hiedras
las sílabas y las cadenas

Por eso todos los habitantes andan
vientre torcido
habitaciones desnudas
venas de tiempo completo
sus pestañas abren caminos
para los que tienen perros ciegos

martes, julio 17, 2012

Las carreteras siempre me hacen reflexionar acerca de las más complejas banalidades así como de los más sencillos misterios humanos, y casi nunca esa expresión se referirá a la fisiología, aunque sí hay sus repentinos saltos de dudas científicas.
En este último viaje, el primero en mi vida que he hecho al mando absoluto de mi auto, un chevy naranja del 2006 que mi madre me ha cedido gentilmente, he sentido una constante felicidad provocada por la libertad que me daba estar a muchos kilómetros de mi hogar, casi casi, a la buena gracia de dios.



Ahora, continúo:
un par de meses más tarde me encuentro más lejos de mi hogar y con frío. Este viaje no lo he hecho por carretera, lo he hecho por avión por lo que no he tenido mucho tiempo para pensar. Un viaje sin pensar no me agrada, pero el trayecto no ha sido gentil conmigo, sólo la estancia llena de libros, gemidos de las clases de baile y expresión corporal vecinas y el parque España que habita cerca de mí. Me agrada ver a la gente que entra en sus salones por las ventanas caminando por las azoteas.
Mujeres con faldas y cabezas largas, de ojos grandes y bustos discretos levantan las piernas, brincan un pequeño muro y caminan sobre un techo de láminas de asbesto que a mí me pareció bastante endeble, golpean con los nudillos sutilmente el cristal del ventanal y entran en su salón e ipso facto comienzan a gemir y a mover los brazos, mientras otros discuten sobre lo que pueden comprender del sistema nervioso. A esta hora sale el sol.
En la Ciudad de México es difícil respirar, por eso los yucatecos parecemos tan asombrados por el barullo. Así nos reconocen los asaltantes, por nuestra falta de aire. Porque México es más surreal que Mérida, pero cada cable despeinado, cada bolsa de basura, cada calle cerrada por patrullas, cada pájaro completamente aplastado está perfectamente en su lugar, así como las mariposas que sobreviven y las persianas cerradas.
me dieron repentinas ganas de poner una mano entre tus omóplatos
recorrer despacio esa voluta tersa
para llegar a tu cintura
elipse sostén de planetas
y manos

despacio
a oscuras
para no levantar polvos calcinados
a oscuras
para evitar batallas firmes
coloco tus manos
desgaste sutil de las aves
por mis sienes
en un corredor
despacio

minutos de extranjero

Cuesta trabajo respirar, pero no lo impide. Sé que es la altitud, y la lejanía del mar, pero aumentar la frecuencia respiratoria es como sentir una agonía turbia y timorata. No es un anuncio de la muerte, pero acaso sea un remanente de ella que se esconde entre estas urbes, en las montañas y el smog. No quiero saberlo, no quiero encontrar esos cachitos guarecidos de oscuridad que dejan a los pulmones más pequeños de lo que ya son: sólo tres litros de aires con pocos colores.
A veces son muchos los olores que de ellos se desprenden, pero es más probable que sean los olores fuertes los que llevan el aire entre ellos, bajo sus faldas, como en las manifestaciones se esconden los artistas y las bailarinas. Es como una herida en los pies y en las pupilas, una sola herida que va de ahí hasta ahí, que persigna sus palabras porque no puede hablar ni retractarse de ser herida, de ser dolor, de ser angustia, de ser un pedazo de carne que se resiste a perecer bajo la piel del hombre o la mujer. Por eso la herida comienza desde afuera, entrando en la carne por los pulmones que se expanden más y más y tienen menos de lo que necesitan, con menos sangre, con menos apretones de las costillas, o con más, depende de cómo se miren.