miércoles, mayo 08, 2013

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Tengo las gafas chuecas desde hace unas semanas. Uso un reloj circular, con números negros en la muñeca izquierda y el brazalete pelado. Mi gata maúlla. Son las dos o tres de la mañana. Es de madrugada, eso es más preciso. Lo único certero es que tengo miedo. Tengo fe y la certeza absoluta de que en la oscuridad del futuro he de suicidarme. Una madrugada como esta, en una ciudad lejana a esta, solo y con mi familia durmiendo en cuartos vecinos. Tengo esa certeza hoy a las cuatro de la mañana mientras mi gata maúlla, yo escribo y la habitación se llena de cuchillos y árboles, cantos del agua tierna, alas baten el aire, huele a pan, tiemblan la hojarasca y ya ha amanecido.


martes, mayo 07, 2013

continuidad y red.

El whisky es madera, el whisky de dieciocho años tiene un olor suave, huele a su color meloso y sabe a madera, alguna madera húmeda que bien me imagino en bosques.
El café, al igual que el whisky, es una bebida que no comprendo. Entonces ¿por qué uno no bebe algo que no entiende, pero no puede dejar de tomar algo que tampoco comprende? ¿Serán los extremos del entendimiento papilar los que marquen este arbitrario hecho? 


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No entiendo porqué los humanos seamos tan contradictorios en cuanto a la muerte y los asesinatos. He visto ojos bien abiertos y oído risas e insultos cuando digo que el robar es peor que matar o violar. Estas personas no se han dado cuenta de lo que hacen a diario ni lo que se ha hecho durante milenios: asesinar. Sacrificar. 
Las sociedades hemos perdido el honor del sacrificio humano y lo hemos traspolado. El sacrificio se ha hecho -así lo creemos- mundano, simple, y sin darnos cuenta, el sacrificio sólo se ha hecho discreto, lo hemos hecho non plus ultra sin quererlo y sin saberlo. Reunidos en la hoguera, nos extasiamos de ver a nuestra víctima (y victimario) sucumbir ufano por nosotros. 
Reunidos, asistimos -como 600 años atrás- a un sacrificio (acaso varios) al día. 

*    *    *

El café huele a café, con su olor fuerte, estentóreo, caminante de cuatro patas y cuello erguido. El café es un animal silvestre, supongo vivo. Abre despacio su único ojo y lo abre a penas para no causar furor a los asistentes de su muerte. Ahí está el café marchando puntual a la única cita para la que ha sido deseado: el cadalso, la hoguera, el mar. Las muertes lentas y seguras. El café orgulloso marcha, ávido de su sacrificio. No abre bien el ojo pero bien erguido el pecho. Atrás de él hay una estela de brillos y polvos. Adelante el ulular de los asistentes. El café es la estrella y su admirador. El café es, en sí mismo, acto y público, dios y diablo, vibración y percepción, color y ojo. El café es un círculo. Sus múltiples brazos entran por muchas vías en los asistentes a su sacrificio. Su sacrificio es el show. Dentro de los cuerpos, el café abre brazos, carga cóleras, tiembla árboles, siembra tierras, hace músicas, baila -sus pies no tienen ritmo- sinuoso. Toda la noche llueves, todos los días abres mi pecho con tus dedos de agua


cortesía para el blog  Cafetería Cultural 


sábado, mayo 04, 2013

Una Cripsiana sin suerte.

Para los que utilizamos (1) nuestro tiempo libre en perder (2) nuestra conciencia con alcohol y/o drogas, existe un punto de la noche (3) que no pertenece ni al día anterior ni al día posterior. Es un día (4) per se. No se le puede poner un nombre como miércoles o domingo, ni un número entre el 1 y el 31. Sólo es un momento de existencia (5). Podríamos llamar a este momento de la historia humana (6) cripsiana, sólo por darle una clave en nuestro léxico. 
   Durante la cripsiana situada entre el doce de mayo de dos mil cinco y el quince de mayo de dos mil cinco entré en un bar del downtown de la ciudad en la que -al escribir estas palabras- he vuelto a fijar mi residencia. Su frontispicio no tiene ningún augurio, es simplemente el frontispicio de una casa vieja, de techos altos y puertas de madera, muy comunes por aquella zona del mundo. Aquella cripsiana sí se presentó ante mí un frontispicio diferente (7). Ante mí, adentro del bar, a unos metros se encontraba una mujer de rasgos familiares. Una mujer hermosa (8) a quien tiempo atrás no veía, una mujer en quien el acento regional le quedaba a la perfección con sus rasgos de raza cósmica. De inmediato supe que el amigo, por quien había dirigídome a tal sitio, no se encontraba ahí y que las experiencias de flirteo que tuve en otras ocasiones esa noche no se repetirían. Ella, con su blusa púrpura y su pantalón deportivo, me pusieron este mensaje en la cabeza con una claridad que a cualquiera pudo asombrar. En mi opinión, era como si ella por momentos dirigiera la mirada hacia la ventana (9) y me dijera mientras la música y todos en el abarrotado lugar guardaran silencio o se quedaran inmóviles por fuerzas extraordinarias del tiempo y el espacio:
-Hoy no te la pasarás nada bien. Aún puedes marcharte. No entres aquí.
   Naturalmente, estas visiones fueron inocuas a mis deseos de embriaguez (10), así que pagué el costo de mi entrada y me dirigí a la barra teniendo el cuidado de pasar suficientemente cerca de la mujer -a quien por ahora llamaré MujerSinColor- pero tampoco para exhibir mi presencia casual (11) en aquel sitio en el que coincidimos. El punto era disimular mi timidez y mi falta de vergüenza que son atributos oscilantes en mi persona que intento contener en un punto medio.
  El bar en el que me encontraba -solo- era un lugar reducido para la cantidad de personas que concurrimos ahí aquella cripsiana. No disponíamos, en general, de un metro cuadrado cada quien, por lo que teníamos que compartirlo con otra u otras personas. Con fortuna, la noche era fresca y pude aburrirme a gusto con mis cervezas, bebiendo solo en medio de la gente. Encontré unos cuantos conocidos a cuyos grupos decidí no agregarme, a algunos por falta de empatía y a otros por falta de habilidades para desarrollarme socialmente ahí. Así que me encontré caminando con toda la libertad que el lugar me permitió hasta que me encontré en un sitio que me atrajo al instante y mi presencia allí pudo explicarse por intercambiar unas cuantas palabras con un grupo de actores con quienes mantengo una relación tangencial y distante (12). Desde ese lugar podía observar con claridad a otra mujer. La Rubia (13), con redondeados senos. Debo decir la verdad, y de ella no me llamó la atención su cabello o sus senos redondeados (13), lo que atrajo fue su presteza al sexo tan evidente. La espalda torácica apoyada contra la pared y la espalda lumbar y la pelvis al frente, sosteniendo los ojos negros y grandes -enmarcados por pestañas bien curvadas- en la mirada del tipo que la acompañaba, mientras su mano -la de ella- paseaba un par de dedos por el abdomen y la camisa de aquel (14).
-He visto un par de veces a ese actor, pero no sé cómo calificar su propuesta- Interpuse para disimular mi falta de atención al grupo.
   Recordé las advertencias que recibí antes de entrar al lugar, y ver a la MujerSinColor. Sorbí un poco más de mi cerveza y sin avisar a nadie viré la mirada hacia donde hube visto a la MujerSinColor tiempo atrás. Decidí saludarla y fui hacia ella. Ella también me saludó con afabilidad y buen aroma y yo con una cerveza en la mano, otras en el estómago y una en la cabeza. Regresé a mi lugar -que de ninguna manera era mío- porque me sentí avergonzado por su buen talante y olor. De nuevo en el sitio, pude comprender las advertencias, el acompañante de La Rubia no era alguien atractivo (15) que, al menos para mi opinión, equivalía a mí con las mujeres que también había conocido en ese bar. El bar, a través de mi amiga, me lo supo comunicar antes de entrar y pasar una mala cripsiana, pero yo no quise escucharlo ni obedecer. Así que tuvo que mostrarme que las vacantes de hombres que en ese lugar encontrarán una acompañante ulterior estaban limitadas a un número que no quiso confesarme. Sólo puedo afirmar que no sé hasta cuando podré ser incluido de nuevo en la lista.



1. inutilizamos.
2. o, al menos, disminuir.
3. o del día [?].
4. o noche.
5. si a tal nivel de conciencia se le puede llamar existencia.
6. al decir historia humana me refiero a ese momento de aturdimiento nocturno a través de los siglos
7. los frontispicios suelen verse desde lejos; aquel frontispicio pude percibirlo sólo cuando estuve apoyado en los barrotes que marcan la diferencia entre la puerta y la ventana, que además son simétricas.
8. entiéndase la palabra hermosa como mejor el lector pudiera entenderla para sentirse más cómodo con su percepción y no tuviera que supeditarse a mi percepción de hermosura.
9. que se distingue de la puerta sus barrotes.
10. los cuales, debo aclarar, no satisfice durante aquella cripsiana.
11. nada es casual.
12. desde esa noche supongo que ellos no saben mi nombre, así como a mí me cuesta mucho trabajo recordar los de ellos.
13. su cabello era teñido.
14. momentos después, deliberadamente observé con detalle los rasgos que me permitió mi posición y la suya.
15. a momentos llegaban sus dedos a la pelvis de él.
16. aquí los lectores también pueden comprender lo que quisieran por aquel adjetivo.