sábado, enero 19, 2013

biografía.

Fernando Cisneros nació el la capital de Yucatán en abril de 1990. Su vida no ha sido emocionante. Siempre ha vivido en la misma calle y ha tenido a los mismos vecinos. Ha participado en algunos talleres de poesía y frecuenta a algunos pequeños poetas. Ha tomado la mano de Juan Gelman y ha tenido en sus manos la tinta de muchos otros grandes poetas. Estudia medicina en la Universidad Autónoma de Yucatán, como todo un poeta. 

sin título


John Coltrane al aire.



¿qué hacen los hombres cuando tienen frío? 
comen yerbas
susurran cosas quietas
¿qué hacen los hombres cuando le hablan al acantilado?
ponen a secar su sombra
en las rocas y en las yerbas
¿qué hacen los hombres despiertos tan temprano?
buscan la carne más fría 
la que queda dura 
la barata de los corazones 
¿qué hacen los hombres cuando abren los ojos después del parpadeo?
tratar de ver sus manos y el piso
que imaginaron de pronto.



el costalero

A todos los parroquianos y amigos NewTown.



Todo es harina en aquel pueblo. 
La costumbre que adquirí al entrar a la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Yucatán fue beber. Beber más que nunca. Beber después de cada examen. Beber entre las clases. Beber los fines de semana. Beber siempre que no tuviéramos que estudiar. Beber aunque estuviéramos estudiando. La Facultad para mí significa alcohol. Al principio, esta costumbre era algo completamente natural. Un compañero -recién egresados de la prepa- decía a media clase
-se me antoja una cheva con el calorsito.
e ipso facto un séquito de jóvenes bebedores pero con robustos hígados se enlistaba a las huestes. Bebíamos con amor al arte, amor a todo, amor a nosotros mismos. Bebíamos.
Las principales borracheras después de clases fueron en mi casa, por ser la más cercana a la escuela y porque mi madre permitía toda clase de desmanes de los doctores en ciernes. Luego, la frecuencia de las bacanales declinó por mis cuestiones amorosas. Hay una explicación fisiológica para la falta de afecto entre las mujeres por el alcohol, pero es harina de otro costal. Mi novia de aquel tiempo nunca estuvo de acuerdo con mis amistades etílicas ni con nuestros hábitos, así, dejamos de frecuentarnos por las tardes y comenzó la vida nocturna, pero eso es harina de un tercer costal. Un año sin ir a la escuela por una penosa y pesada situación me alejó de mis amigos y me puso en compañía de otros muchachos completamente distintos. Callados, circunspectos, desconfiados, católicos, inseguros, castos. Gente no parrandera. Notoriamente me sentí en lo más profundo del infierno, donde el calor no llega y sólo hay silencio. Ahí un día conocí a Daniel, bebedor del underground, gracias a un viejo camarada de las reyertas pretéritas en mi casa y que había estado en la misma situación que yo. Mario me presentó a Daniel y Daniel me presentó un mundo nuevo, un pueblo nuevo. Abrevadero al que -según él mismo cuenta- llegó por causas azarosas y por no encontrar espacio suficiente en La Casita de Paja, bar de clasemedieros yucatecos que está bien cerquita de Pueblo Nuevo. 
Al llegar a Pueblo Nuevo, los prejuicios comenzaron a bullir de mí, porque soy prejuicioso pero nunca me guío por ellos. Entré por la puerta que está en el chaflán* y encontré una mancha blanca entre las mesas: mis  compañeros ataviados en sus uniformes blancos. Tomé asiento tratando de ver con discreción a nuestros acompañantes de mesas vecinas hasta que, prontamente a mi llegada, un mesero me trajo un vaso de veladora con tendencias cónicas y lo llenó de León Negra -cerveza que para aquel entonces ya había dejado de ser yucateca y hasta mexicana-. Beber una León Negra a las 2 de la tarde en Yucatán, sin importar la época, es un privilegio insondable, pero es harina del cuarto costal. El mesero se marchó y a su regreso trajo compañía: una cantidad abundante de comida, diversos guisos con puerco o con algo que pareciera serlo. Definitivamente un sazón impresionante que me provoca sialorrea mientras escribo esto en ayuno. Los colores no eran tan ricos como los sabores y olores, pero también impactantes a la vista de cualquier estudiante muerto de sed y hambre.
La cerveza y la comida transcurrieron en aquella ocasión sin más, pero en las ocasiones siguientes el Pueblo Nuevo ya había tomado confianza conmigo y sabía que yo volvería bajo cualquier circunstancia. El Pueblo Nuevo tenía un nuevo parroquiano. Pelos en la comida negra (mis conocimientos gastronómicos no me permiten afirmar el nombre de los guisos que se sirven en ese lugar) y la frase <<muy bien, muchachas, ya pueden comenzar a ofrecer sexo>> me han vuelto asiduo del sitio. 
Hablar de la composición arquitectónica es harina de un quinto costal muy especial.  

*al respecto debo decir que nunca he usado la puerta que mira al este, sólo la del chaflán, que mira al sureste y aquella chiquita que mira al sur; la particularidad de cada una de sus puertas requiere un ensayo propio. 

sábado, enero 12, 2013

cinco patas



i

En el claustro donde crecieron estos árboles
les enseñaron a destruir ciudades
pero quietos, indefensos,
-para no levantar sospechas-
moribundos desde que nacen
sus palabras son las piedras que 
levantan
los tropezones de los peatones

Sus miradas las perdieron
las dejaron guardadas en la tierra
en la que corrieron ágatas y 
muslos


ii

Las ciudades 
acabarán con los árboles 
los que levantan sus 
raíces fuera del suelo
los que no alimentan gusanos
ni cenotes
esos que yerguen 
con las piernas entrelazadas
para disimular sus quejas de alquitrán 
para controlar los asfaltos y las horas
y recuperar las miradas que perdieron
en el iracundo seno de la tierra





miércoles, enero 02, 2013

la vida sería más linda si alguien decidiera pagarme por escribir idioteces.
como si el espacio se detuviera entre jazmines
como si las carnes de mujer dejaran de ser excitantes
ayer sus piernas dejaron rastros sobre la tierra
las suelas de sus zapatos eran sellos
y la tinta su sangre y su miocardio

sus ojos
rondas nocturnas
su cintura
vela encendida
sus manos
llama sin pabilo
sus pies de estatua
el frío de estatua


llena de prisa
con el cerebro enredado
con cabello peinado
caminaba hacia algún cigarro





Ya sé.

Las tres velas se apagaron

 


    Ese hombre no es de fiar, y todos en el lugar lo saben: alguien vestido con pantalones cortos, barba, camiseta negra y vieja, que carga una bolsa, lee un libro y camina al mismo tiempo no puede estar pensando en lo que está leyendo. Ese hombre imagina a Cristo escribiendo su biblia en un burdel, completamente coco, con los ojos rojos y bien abiertos a las 5.32 de la mañana. Ese hombre mira a los perros lamiéndose los testículos, acariciándose el ano, ese hombre está seguro de que a lo lejos unos padres están llenando de plomo a su hijo de cinco años. Ese hombre piensa. Ese hombre se detiene al filo de la acera. Ese hombre mira hacia el auto que se acerca a él. Ese hombre cruza la calle apresurando el paso y lo hace muy afeminado. Ese hombre llega al otro lado y camina de nuevo y baja el libro, ya no lo lee, pero le gusta la presión de las hojas sobre su pulgar-separador. Ese hombre oye una gotera al fondo de su casa y sabe que ya no corre el agua por las tuberías. Ese hombre mira al frente, justo a mis ojos, y pareciera que es un espejismo, pareciera ser yo el que camina a él y también pareciera que a ninguno le importa, que chocamos, que nos atravesamos, y somos perfectamente el mismo molde. Cada cabello sobre cada cabello, cada libro sobre cada dedo. Nos atravesamos y ahora yo soy él, pero voy de regreso, y él se sigue yendo con mi cuerpo.