Durante muchos años he estado pensando en el huevo o la gallina del bienestar social: ¿la educación o la salud? ¿qué se debe reparar primero?
En el devenir del último año escuché "indígenas por aquí, indígenas por allá". Creo que nunca en mi realidad urbana había puesto atención a esta palabra. En mi cabeza, se me figura gente como los guaraníes, los mapuches, los incas, los aztecas, los pieles rojas. Al mirar en derredor, en el pueblo que me enseñó a hablar maya, yo no veía a nadie como los guaraníes o los mapuches, los vikingos o zulú. Veía a gente ataviada como yo, con pantalones de mezclilla, camisetas con frases en inglés, con lentes de sol, más parecidos a James Dean que a un X'men, los más radicales eran algunas señoras que portaban hipiles, elegantes o roídos, pero hipiles como los de mis abuelas y mi hermana, la única diferencia conmigo y mi familia era que ellos siempre tenían las manos muy sucias. Pero era gente como yo. Entonces me preguntaba por qué los llamaban indígenas si eran igual que la gente de la ciudad. Pensaba mucho sobre esto y en la mar de pensamientos comencé a partir la palabra "índígena": indi = independiente, gena = gene, origen. Y entonces descubrí que esta definición tampoco la cumplían, porque no tuvieron un origen independiente, muchas comunidades en Yucatán fueron creadas durante mediados del siglo xx con pobladores de muchas comunidades. Así que me sentía insatisfecho con el término "indígena". Por casualidad un día encontré un espectacular en Valladolid que utiliza el término "pueblos originarios". Este término me satisfizo en mayor forma, porque son gente que siempre ha vivido en el ambiente rural que, sin embargo, están expuestas a la globalización, al mercado, a la cocacola, a las drogas, al regueton, a holliwood. Son de ahí, pero son parte de la cultura occidental y de todos sus perniciosos vicios. Es más, son presas de lo peor de occidente porque las bondades de nuestra civilización les son vedadas bajo una simplista justificación: respetar usos y costumbres.
Sin embargo, sus usos y costumbres, desde mi entender podrían ser tradiciones como el Jetsmek, el chan chaak, las cabañuelas, el hanal pixan, comer venado pero no comercializarlo; que una niña se embarace a los 13 años de un señor de 25 no creo que sea un uso y costumbre, que la gente se asesine a pedradas no creo que deba ser un uso y costumbre, que los muchachos no sepan leer en español y mucho menos en maya, no es un uso ni una costumbre, que los niños no sean vacunados tampoco, que tomen cocacola todos los días y a todas horas no es una costumbre. Justificar la falta de acciones en la tolerancia de sus usos y costumbres es enmascarar la negligencia.
La única verdad es esta: en Yucatán vi a muchos occidentales, mestizos y mayaparlantes olvidados en la selva, conmigo como espectador. Observé lo que el Sub Comandante Marcos llamó "la larga noche de los 500 años", la misma que observó John Kenneth Turner durante el Porfiriato y describió en su libro "México Bárbaro".
Desde mi entendimiento los pueblos originarios están conformados por campesinos occidentales que hablan jirones de dos lenguas, que son olvidados en todos lados, que son olvidados en la selva y en la ciudad. Campesinos paupérrimos que no tienen acceso a educación apropiada, a servicios de salud incompletos, a vacunación cuando hay, a violaciones, a maltrato, a machismo, desnutrición y la lista es larga.
Así que sigo pensando en el huevo o la gallina del bienestar social y en la larga noche.
Fernando Cisneros Sulu.