A José Gorostiza.
Si iba a morir de sobredosis necesitaba drogas más duras; probé la heroína, pero sólo me sentí más cerca de la vida y lleno de felicidad. Entonces la dejé; era más probable parir por la heroína o volver a nacer por la heroína, pero morir por ella, no, lo dudo.
Terminé con mi dinero, que naturalmente no era mucho, y entonces supe que moriría de hambre, que sólo era cuestión de esperar. También decidí eso porque era yo bastante cobarde como ponerme una bala en la cabeza o cortarme las venas. Esas cosas se ven todos los días, y como yo siempre llevaba una nota en la que escribí "A Roberto Bolaño", no quería que un suicidio tan insípido fuera dedicado a alguien como él.
El hambre y la sed fueron muy duras, así que me acicalé donde pude y conseguí un trabajo porque sabía que sin trabajo tampoco iba a morir. No me fue difícil encontrar un oficio de esos creados ex-profeso para mis fines: para morir de hambre. Ahora sí, con la ocupación correcta yo ya iba camino a la muerte y me sentía más tranquilo, mi única fuente de estrés era pensar que sólo tenía los turnos vespertino y nocturno para morirme.
Me metía en problemas intensionadamente, pero ninguna agresión fue más allá de un par de heridas y la virginidad del culo, que tan celosamente guardaba, la perdí.
Al final, ya comenzaba a sospechar de mi inmortalidad y los pensamientos sobre regresar a mi antiguo modus vivendi rondaban mi cabeza de nuevo. Un perro enviado por dios me encontró un día en un parque y me mordió. No fue la gran cosa, pero perecí tiempo después en un hospital después de tres días de escupir espuma, convulsiones e hidrofobia. Dejé de respirar y con absoluta consciencia todo se fue oscureciendo. Luego estaba mirando al médico de espaldas que limpió mi cara y certificó mi muerte.
Mis piernas me parecieron muy flacas y peludas y apenas se hubo marchado el médico me puse a rasurar mis piernas bastante confundida, luego me fui sabiendo que la muerte casi ni existe.
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