(Publicado en el Diario de Yucatán)
Los médicos están
siempre ocupados; cuando trabajan no pueden desviar su atención
porque eso puede tener consecuencias fatales; cuando descansan lo
aprovechan, porque lo necesitan; cuando estudian, se concentran. Son
un gremio de personas tranquilas y poco conflictivas que resuelven
problemas propios y ajenos. Son gente pacífica, que paga impuestos
para pagar su propio sueldo y los materiales de su trabajo -como
muchas otras personas- y prefieren ocupar su tiempo luchando en el
sistema arcaico al que están sujetos que luchar contra él para
conseguir mejores condiciones.
Los médicos estamos
siempre ocupados y pocas veces tenemos tiempo para defender los
derechos del gremio. Han habido muchos fuegos fatuos encendiéndose a
lo largo de la historia; marchas, quejas y denuncias de médicos
contra las malas condiciones laborales, estas denuncias de inmediato
se extinguen no porque las autoridades resuelvan las necesidades, no
porque la cohersión disminuya, no porque las instituciones nos
protejan, no porque nos liberen de los nuevos tipos de esclavitud, no
porque paguen mejor nuestro trabajo; se extinguen las manifestaciones
y se dejan de oir las quejas porque alguien se rompe una pierna,
porque a un niño se le exacerba el asma, porque un anciano perdió
la consciencia. El sufrimiento propio disminuye de importancia porque
alguien más está sufriendo y necesita ayuda. Y para cuando el
médico quiere volver a gritar, a pedir sus derechos, ya nadie nos
apoya, los compañeros se fueron a atender a alguien más y nos
quedamos solos en la plaza pública y volvemos al mal sueldo, a las
guardias de castigo que provocan más castigos, a perder la salud por
ser sometidos a estrés continuo y extenuante durante años, al
escrutinio público que juzga aspectos personales, algunas veces
volvemos a comunidades peligrosas, a la depresión causada por la
soledad que se siente al estar rodeado de las paredes verdes que la
selva tiene, a accidentes de tránsito por jornadas larguísimas, a
la irregularidad del pago, a no ver a la familia durante un mes más
porque eres médico y tienes vocación y por eso estás obligado a
cubrir las deficiencias -que cada vez son mayores debido a los
recortes presupuestarios- de las instituciones de salud quienes
exigen que el médico viva en una comunidad apartada, con un sueldo
paupérrimo de $4.00 por hora, cubriendo tres turnos al día, o en un
hospital de alguna ciudad, con condiciones también deprimentes.
Los médicos no tenemos
tiempo de manifestarnos, pero hoy tuve tiempo de escribir esta carta.
Llevo casi tres meses en
el servicio social de la carrera de Médico Cirujano. Es el último
año de la carrera y en este tiempo he perdido 3 kg de peso de manera
involuntaria debido al nuevo régimen alimenticio al que estoy sujeto
desde que comencé este período. Hasta el día en el que escribo
estas líneas no recibo el pago prometido por mis labores; aunque
fuera de $4.00 pesos por hora laboral, ayudaría un poco en mi
alimentación o cubriría el gasto por transporte hasta la comunidad
de difícil acceso en la que estoy asignado.
Aún me faltan nueve
meses más y me pregunto si seguiré al mismo ritmo de pérdida de
peso porque si comencé con 66kg y ahora peso 63kg, en 9 meses pesaré
sólo 54kg y eso creo que pondría en riesgo mi salud.
Hablando específicamente
del servicio social de Médico Cirujano, este se instauró como
requisito para obtener el respectivo título en el año 1936 como
propuesta del señor Presidente Lázaro Cárdenas del Río para
gratificar los beneficios recibidos de la educación gratuita y libre
que el Estado mexicano y la población nos brindó.
Comenzó con una duración
de seis meses hasta actualmente convertirse en un servicio social de
1 año de duración que se traduce en 7512 horas, con 52 días de
descanso; veinticuatro horas por cada semana. Cubrimos un turno
matutino de 8 horas para atender consultas de toda índole, un turno
vespertino y otro nocturno de 8 horas cada uno para atender
urgencias, que se traduce en atender toda clase de padecimientos
proporcionados por la ignorancia y también en largas y agotadoras
explicaciones de lo irrelevante del padecimiento.
La atención médica se
da entre sillas rotas, sanitarios descompuestos, falta de insumos y
metas altísimas de papelería que merman la calidad de la atención
y con las que no se obtienen mejoras en las condiciones laborales.
A pesar de la
reglamentación mencionada en la NOM-009-SSA3-2013, muchos de los
pasantes carecen de un seguro médico, afiliación a algún sistema
de salud para atender sus necesidades, abasto suficiente de
medicamentos para controlar enfermedades de alta incidencia, medios
de comunicación para reportar emergencias médicas o solicitar
ayuda; muchos centros de salud carecen de teléfono, radio de onda
corta o internet. En medio de la selva, sin automóvil y rodeado de
personas desconocidas, sin poder pedir ayuda, las cosas se pueden
poner rojas en cualquier momento. Nos exigen portar un uniforme que
no nos proveen y se debe adquirir con nuestro dinero. Además somos
constantemente amedrentados con perder nuestro puesto en el Servicio
Social que provocaría perder la oportunidad de recibir el título
que deseamos.
Algunas personas dirán
“pero nadie te obligó, tú quisiste ser médico” pero yo estoy
feliz ejerciendo la medicina y aprendiendo de la ciencia y
aprendiendo del arte y aprendiendo de la sociedad, sólo considero
que las condiciones en las que trabajamos los médicos pasantes en
servicio social no son las que deberían, no son las que están
normadas y nos hacen vulnerables.
Muchos son los detalles
que hay que abarcar y muchos más en otros niveles de la profesión
médica, desde el Internado Rotatorio de Pregrado, las Residencias de
Especialización Médicas hasta el trabajo como Médico Adscrito y
pocas veces se saben las condiciones en las que laboramos y acaso por
eso la población piense que el trabajo del médico es maravilloso,
porque pocas veces decimos lo que pasa. Primero el paciente y al
final nuestro sufrimiento.
Somos médicos, tenemos
vocación y tenemos hambre.
Fernando Cisneros Sulú
MPSS
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