martes, octubre 29, 2013

haciendo inferencias

Los perros nunca han sido hombres, por eso les cuesta trabajo aprender cómo convivir, por eso están tan interesados en convivir con nosotros, para aprender a ser humanos, para saber cómo deben comportarse después de su próximo nacimiento. Por eso los humanos nacemos temerosos. Temerosos de aún ser perros o de que nadie pueda ver que somos humanos y seguir siendo tratados como perros.
Los gatos ya fueron humanos. Es la siguiente vida, el próximo nivel, por eso los gatos ya saben del mundo, por eso no les importa morir, por eso aprendieron a callar; porque los perros, al convertirse en hombres, no dejan de hablar y maldicen y juzgan, porque no conocen la muerte humana. Los gatos, que ya aprendieron de la muerte perruna y luego de la humana, han aprendido a callar, a tener vergüenza a fuerza de perderla.
Un hombre puede comprar un perro o lo puede encontrar en la calle, pero en estos días, comprarlo resulta glamoroso. Un hombre puede encontrar un bebé humano en la calle, pero no puede comprarlo, resulta escandaloso. Un hombre -el mismo hombre- puede encontrar un gato en la calle, pero no puede comprarlo, resulta extraño, porque los gatos -humanos muertos- lo mismo que cadáveres, lo mismo que frutas, aparecen en la noche: ningún humano podrá mirar el nacimiento de un gato, sería como asistir al nacimiento de la humanidad.

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