domingo, agosto 19, 2012

sin título :D

Las sombras se habían esforzado todo el día por huir del sol y ya estaban lejos de él.En México no se lee, se mira la teve, por lo que un hombre que lee en un parque es completamente sospechoso de cualquier cosa. Más aún si cruza la pierna como mujer.  
En un jardín lleno de niños, niños vespertinos, niños nocturnos, leí detalladas orgías, fumaderos de opio, marihuana e inyecciones de heroína, coca, coños, asesinatos, sudores, basura y mierda como comida. El poder narrativo ajeno y mi delicada mente me hicieron sentir la pederastía. ¿Podría existir mejor sitio para leer tal barbarie? ¿Para escupirle el ano a un preescolar? ¿Para mostrar la mejor leche que podrían beber en sus columpios?
Me sentí perseguido, me sentí escudriñado. Luego me convencí que nadie podría saber lo que pensaba ni lo que leía, entonces seguí estimulando mi mente con sus sonrisitas.
Ando tenso y escribir es como el sexo. Hay que dejar que las luces cambien, que las voces vecinas cambien, paren, griten para que todo fluya sin cuidado.
Dame esa pistola, Alberto -dijo una madre a su hijo y supe que estaba permitido tener mis pensamientos. Leía y no. Leía, miraba, leía.
Ya era un sospechoso, yo y todos lo sabíamos. Los policías llegarán armados y me pedirán que los acompañe. Yo les preguntaré adónde iremos. Ellos dirán que un chequeo de rutina y entonces sabrán que si es rutina pueden rutinar en otras partes. Pero encendí un cigarro para esperarles fumando. Los parecidos del cigarro y el falo me han hecho más llamativo leyendo con la pierna cruzada mientras le doy una larga aspirada a mi cigarro que se hace más llamativo cuando el humo se cruza con la luz del atardecer a mis espaldas. Yo ya comienzo a disfrutarlo cuando descubro a los policías que llegan. Entonces pensé en la señora cuyo hijo tenía una pistola y estuve convencido de que fue ella quién llamó a los incompetentes azules. 
-No, ningún niño es mi familiar.
Entonces me han pedido la identificación. Y mientras tomaban mis datos el más estupidamente amable me preguntó lo que leía.
-Historia del Ojo, de Georges Bataille; un genio. 
Sorprendentemente ha tomado el libro y lo ha ojeado por donde yo leía. Cuando el tipo de mayor edad tenía relaciones con una jovencita. Entonces, el trío de imbéciles me recuerda el diálogo que preví y me hacen acompañarlos, pero ya las sombras son mansas, se acercan a los faroles y van hacia sitios divergentes. Ya no se puede leer y ya no tengo más cigarros. 
-Sí, claro que los acompaño.






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